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martes, 15 de febrero de 2011

estación...

Años de soledad vivió, muy a su pesar, Tomás Lugones. Es bien sabido entre la gente del barrio y sus fieles amigos que su aislamiento se debía a no poder soportar la ausencia de Martina Ibañez; flaca, de estilizada figura, amiga de las valijas y de los viajes.
La historia con más o menos dolores, días o palabras fue así.
Caminaba por Santa Fe cuando la vio. Celestial figura de secreto encanto. Esbozó un hola de ojos abiertos, azules, sorprendidos, alegres por el encuentro. Martina hacía tiempo que había decidido desembarcar de sus viajes repentinos comprando un departamento nada comparable a las suites de los hoteles que visitaba. Cuando rescató el rostro de Tomás de entre el montón de rostros de sus recuerdos se alegró de verlo, aunque su barba no era la incipiente barba de antaño. Disfrutaron del encuentro y lo celebraron en un barcito de esquina sombría y naranjos florecidos. Hablaron de sus viajes, del último año compartido en el Nacional, de su romance de invierno, que duró sólo eso, de 21 a 21, hasta que ella se fue en busca de la primavera. Tomás contó su exilio en Caracas en tiempos de furia argentina, Martina su adquisición de perfumes made in todas partes.
Pasadas unas horas de re-conocimiento mutuo advirtieron que a pesar de las diferencias (muchas) seguían sintiendo un amor y un deseo incontrolable uno por el otro, que ni los kilómetros ni el tiempo habían borrado.
El departamento de Martina quedaba a pocos besos del bar y decidieron ir a seguir re-desubriéndose no sólo ya con palabras.
Los días pasaron pero no para ellos, cumplida una estación, de 21 a 21, una mañana, sin más que dejar una nota que decía: “Brindo por un futuro encuentro” , Martina Ibañez volvió a sus viajes.




En momentos de lucidez salen cosas buenas... en otros sale ésto! Me ampara el decir que lo escribí hace unos cuantos años... 

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